“Se ha aquietado la tierra. En fronteras humeantes,
una aurora indecisa comienza a asomar.
Y una nación dolida, pero aún palpitante,
se apresta a recibir el milagro sin par…
De noche la envolvieron alegría y espanto,
mientras se disponía a la solemne ocasión.
Ahora, frente a ella, a una joven y un muchacho
ve avanzar lentamente, y aguarda la Nación.
Ellos suben la senda: uniforme ordinario,
zapatones pesados, en silencio total.
No han cambiado su atuendo ni con agua han borrado
las huellas del trabajo y del combate fatal.
Fatigados al límite, abstinentes de pausa,
casi niños, retoños del viejo tronco hebreo,
se quedarán los dos inmóviles, sin habla,
sin señales que indiquen si están vivos o muertos.
La nación los contempla llorando, y fascinada
pregunta: -¿Quiénes sois? Le responden, tranquilos:
-Nosotros somos la bandeja de plata
en la que recibes el Estado judío.
Luego, envueltos en sombras, caerán a sus pies.
Lo demás ya se nombra en la historia de Israel.”